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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Esto no es mío (pero me gustaría)

La impunidad

En España la impunidad es una categoría ontológica y, más incluso, una forma de vida. Aquí hay gente que nace inocente y otra gente que nace impune, lo cual no es lo mismo ni parecido sino más bien lo contrario. Un pobre hombre se pregunta en voz alta no ya quién mató a su padre sino cuántos algarrobos abona su cadáver en una cuneta y le dicen que se calle, que eso fue hace mucho, no vaya a joder la concordia entre vecinos. Como él hay otros ciento trece mil españoles que el Día de los Muertos ya pueden ponerse a jugar al Buscando a Wally en versión subterránea que les va a dar igual, que por lo menos otros ciento trece mil españoles se descojonan vivos porque saben exactamente debajo de qué piedra y en qué cuneta. Hasta en Europa le han dicho que se joda porque saben de sobra que no es bueno meterse en nuestras cosas, que los españoles nos pasamos así el rato, entre lágrimas y carcajadas, entre la picaresca y la guerra civil, y si nos aburrimos pues nos vamos a los toros o le pegamos un tiro a un ciervo y luego nos colgamos los cojones en la cabeza, que también da mucha risa.
Este carácter ciclotímico del español, que se alegra de la muerte y se amarga de la vida, se percibe muy bien en nuestros chistes (la mayoría son de guardar luto) y en nuestras fiestas populares, donde nos sabe a poco arrojar una cabra de un campanario y a veces sacamos una motosierra para cortarle la corbata al novio y se nos va la mano y lo decapitamos, como si fuese el pueblo de Gila. También parece cosa de Gila la juerga del Madrid Arena, que termina con cinco niñas muertas y aquí no ha pasado nada, señora, si no le gusta, váyase del pueblo. Hay que ser muy español, pero mucho, para decirle a esas cinco familias que han visto el video del túnel reventando a presión como una lata de guisantes que la culpa fue del chachachá, que circulen y que a ver si en la próxima niña tiene usted más cuidado, señora.
Pones a los irresponsables de la comisión de investigación del Madrid Arena a resolver el magnicidio de Dallas y concluyen que no había un tirador ni dos, que Kennedy murió de un estornudo. Juntas los dos casos, el de las cunetas y el del pasillo, y queda España reducida a un cuello de botella, una tragedia en dos actos donde en el primero hay demasiados muertos y en el segundo demasiado pocos. Hombre, no vamos a ponernos a cavar ahora medio país con la que está cayendo y tampoco vamos a molestar al forense por sólo cinco niñas que encima eran pobres. Llega a partirse una uña en la fiesta del Madrid Arena la hija de algún pez gordo y se caga la perra, van dimitiendo en fila desde la alcaldesa hasta el conserje del vicealcalde y su primo también, por si acaso.
Aparte de en los cargos públicos, aquí la impunidad también viene incluida en los uniformes, como a esa señora a la que los Mossos le arrancaron el ojo con una pelota de goma y todavía le van a hacer pagar la pelota. No es de extrañar que Díaz Ferrán se enfade cuando lo empuran sólo por unos millones de nada: se llega a enterar antes y se dedica al asesinato. 
David Torres (Público, 5 de diciembre 2012).

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