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lunes, 26 de agosto de 2013

Memorias de un arriero en la Sierra de Gredos



Hola amigo:

   Ahora voy caminando por la senda que conduce a la Laguna Grande de Gredos acompañado por los amigos Misil, Luna y Federica que acarrean con los víveres para el refugio Elola. Nos acompaña el ruido de sus herraduras golpeando contra el granito del camino, al fondo alcanzamos a ver los cervunales y alguna cabra saltar de risco en risco. Cuando hemos llegado a los altos de Barrerones me ha sobrecogido la vista del Circo de Gredos (de vez en cuando tengo la costumbre de asomarme al trampolín que hay cerca del cartel y que te deja colgado encima de la espectacular garganta de Gredos).

   Este es el momento en que me giro hacia los caballos y en silencio entendemos que nos queda todavía la mitad del trabajo. Huele a sudor que desprenden por el esfuerzo realizado y que arrastra la brisa de agosto, se produce un momento de complicidad entre nosotros. Misil tiene la costumbre de parar aquí para que le baje la retranca, correa que evita que la carga se vaya hacia delante cuando viene la cuesta hacia abajo.

   No puedo dejar de admirar año tras año, trabajando a su lado, la nobleza y la inteligencia con que afrontan su tarea. No puedo  dejar de pensar en que son los responsables de que podamos tener el lujo de una comida o una cerveza allí arriba. Protagonistas humildes de la Sierra de Gredos. Desde Lozano  o Careto, hasta Misil, Pensador, Turco, Mora, Federica, Luna, Reimundo, Titán y muchos otros que me dejo en el tintero; todos grandes amigos de fatigas y kilómetros por la sierra.

   Me gustaría dejar a un lado la pasión del alpinismo y  oficios como  el de guía de montaña o  guarda de refugio,  para hablar de otra pasión de la misma belleza y respeto: el oficio de arriero.

Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.
La hacienda Menocucho
cobra mil sinsabores diarios por la vida.
Las doce. Vamos a la cintura del día.
El sol que duele mucho.
Arriero, con tu poncho colorado te alejas,
saboreando el romance peruano de tu coca.
Y yo desde una hamaca,
desde un siglo de duda,
cavilo tu horizonte y atisbo, lamentado,
por zancudos y por el estribillo gentil
y enfermo de una "paca-paca".
Al fin tú llegarás donde debes llegar,
arriero, que, detrás de tu burro santurrón,
te vas...,
te vas...

(César Vallejo)

   Os voy a contar algunos secretos que he aprendido a lo largo de estos años en los caminos de la Sierra de Gredos:

   La jornada comienza temprano por la mañana despertándonos con el olor de la vieja cafetera del refugio. Siempre queda una mirada por la ventana para mirar el estado del cielo, las nubes son nuestro enemigo,  y  otra mirada al prado para comprobar dónde están los caballos esa mañana.  Después de desayunar, con los cabezales en la mano, me acerco a buscar a los caballos donde se encuentren. A veces, cuando me voy acercando sigilosamente hacia ellos, inmóviles y con la cabeza y orejas altas, no se dejan coger y comienza la persecución; hay que emplear  alguna artimaña para convencerles de que tus intenciones son buenas, un poco de pan, algún matojo de alrededor o simplemente la mano extendida. El silbido también es importante para que te reconozcan. Lo siguiente es quitarles las maneas, cadenas que se colocan en las manos  para que no puedan andar con su zancada normal y sea más difícil que se escapen. Dependiendo de la altura del verano los amaneo  a los tres o sólo al líder, al que seguirán el resto de caballos si tienen idea de fugarse a otros paraísos.

   Llega el momento de vestirlos con los apeos correspondientes, primero  coloco las protecciones en las patas que evitarán que se hagan heridas con las piedras del camino, a continuación coloco un cojín fabricado con espuma de un colchón desvencijado  y que tiene un corte rectangular para proteger el roce de la albarda en la cruz. Encima de ella extiendo una vieja manta, monto la albarda y aprieto  la cincha de cuero y borreguillo cosido en ancho  en la panza del caballo. Remato la cincha con un nudo de alondra fugado apretando con la rodilla y lumbares, para evitar que se gire con el paso del caballo en un camino tan sinuoso como es  el de la Laguna. Encima de la albarda va el serón de goma, donde cargaré las bombonas de gas, cajas de cerveza, pan, vino, huevos, melones, latas de comida y todo lo que el refugio necesite. Cuando bajamos del refugio suelo cargar la basura y bombonas de gas vacías.  El  serón lo cierro con un atado de una vieja cuerda “Joker” de escalada;  unos veinte metros es suficiente para realizar un primer atado, que rodea al caballo entre la panza y la cruz, cerrado con un nudo de fuga y rematado con un ballestrinque en un mosquetón viejo. Luego le paso la primera “cruzata”, también rematada con un nudo de fuga y ballestrinque. Para una carga auxiliar haría una segunda “cruzata”. Vestir al caballo es un ritual y lleva su concentración, orden y rigor. El peso en cada lado del serón debe ser idéntico, ya que puede provocar que se gire repentinamente  en mitad del camino, estropeándola y creando más trabajo fatigoso al tener que volver  a cargarlo de nuevo.  Una vez vestidos y cargados los caballos, cojo la riñonera de la cocina. En la riñonera llevo una navaja afilada, importante e indispensable herramienta para un arriero. Sirve para cortar las cuerdas que atan la carga o atan un caballo a otro en caso de accidente. Sirve también para preparar el bocadillo en la plataforma antes de empezar a cargar. Llevo el teléfono móvil para estar en contacto con el refugio y las llaves de la vieja furgoneta para bajar al pueblo a por las viandas. 

   Desde hace unos años los caballos van atados uno detrás de otro de los raberos de los cabezales a las colas con un nudo que evita que se arranquen la cola con los tirones que a veces se dan entre ellos. El paso del caballo es medio en el llano, ligero en la subida y lento en la bajada. Algunos caballos cagan por el camino mientras caminan y otros se paran de golpe y no intentes que anden, será en balde. Alguna vez he tenido momentos curiosos: parar a mear y de repente ves que los tres caballos se estiran y comienzan a mear también de forma sincronizada.  Por el camino sucede un fenómeno extraordinario, al cual no he encontrado explicación racional. Los caballos caminan y no suelen parar porque haya excursionistas. Estos excursionistas ven el caballo y se apartan, pero no ven que el caballo lleva un gran serón a los lados, y no llegan a apartarse del todo. Más de uno ha rodado. Otros levantan la cabeza cuando es demasiado tarde. Otros aprovechan para tocar fugazmente al caballo. Luego vienen las mujeres y los niños  con sus exclamaciones y comentarios: ¡pobrecitos cargaditos!  Debo confesar al lector, que a través de mis gafas de sol, hecho una mirada disimulada al desfile  de mujeres en bikini  en pleno mes de agosto bajo un sol de justicia, alguna abrasada y cerca del melanoma de piel.

   Siempre paro unos minutos en el regato de agua que hay debajo de la fuente de los Cavadores, allí los caballos beben y mojan  el gaznate seco. Además consigo que hinchen la tripa y las cinchas se aprieten.  Siempre que el camino me ofrece prado me salgo a ellos, para que pisen en terreno cómodo y no gasten tanta herradura, además siempre hay algún muerdo fugaz a la hierba fresca y alta. Los lugares del camino que más vitalidad me dan son el trozo de trocha que evita el camino empedrado que sube a prado Pozas y te enfila  al puerto de Candeleda  y  la parte de  prado que baja de Barrerones y que tiene al fondo las vistas de la Mira. Tardo menos tiempo en el viaje de ida que en el viaje de vuelta. Los caballos por instinto buscan  el mejor itinerario.

   Una vez que llego a la plataforma les quito los apeos, y los llevo al trozo de prado y río que hay al lado de la Plataforma, para que esperen descansando a que vuelva. Joaquín, encargado del chiringuito y primer guarda del refugio Elola en 1972, cuida de los apeos de los animales.

   Cojo la furgoneta y bajo a Hoyos del Espino, donde cogeré las sacas de pan y compraré en la frutería. Luego me acerco a la carnicería en Navarredonda de Gredos donde me tienen preparado el pedido. En agosto me preparo para la gran cola de amas de casa del pueblo, que se reúnen aposta a la misma hora. A veces vas a la farmacia, otras al banco a por cambio de monedas, cuatro veces al mes visitas la gasolinera. A la Guarnicionería a por herraduras y clavos.

   Y por último visita al almacén donde guardamos la mercancía que traemos de otros lugares. Siempre cojo carga para tres caballos. A la famosa pregunta del público: ¿cuánto carga un caballo? Depende. Entre ochenta y cien kilos. Lo que sí está claro es que un caballo sube cuatro bombonas de butano  o propano. Calcula cuánto pesa. Sube doce cajas de cervezas, cocacola, aquarius, casera o fanta.  El caballo trabaja tres días a la semana del uno de junio al doce de octubre. Una media de sesenta y cinco días al año. El resto del año pasta y ve pasar la vida en el bello paraje del río Tormes. Algún profano firmaría el contrato con estas condiciones.

   Vuelvo a subir, con la furgoneta más cerca del asfalto, hacia arriba. Descargo y comienza el “tetris”, a encajar paquetes dentro de los serones. Los caballos, parados con el peso de la carga se cansan rápidamente, piden empezar a caminar arrastrando la pata delantera en el suelo. Un arriero debe de ser rápido cargando. Con los años he aprendido que mejor tener caballos pequeños y bajitos, para no acabar destrozado de la espalda. Despedida a Joaquín, y bajo las sorprendidas miradas del público arrancamos como  saetas. Los caballos demuestran su inteligencia buscando acabar cuanto antes con el camino para quitarse el muerto de encima. Aquí es importante controlar las retrancas en las bajadas. Si no ha habido ningún incidente en dos horas llegaremos al refugio y descargaremos con la ayuda de los compañeros.

   Después quito los vestidos del caballo y compruebo con rigor cada una de las partes del cuerpo del caballo donde se ha podido rozar: panza, cruz y cascos. Si hay que curar se cura. Doy crema hidratante a los cascos y aceite en el culo para las moscas cojoneras, el aceite es el usado para cocinar. Otras tareas como peinar, cortar el pelo y dar sal son más esporádicas.  A finales de julio subo a los caballos cerca del charco del Cristal de la Ventana, para que coman tranquilamente los pastos frescos de allí y donde no llegan las vacas de Pepín. También les damos el pan que sobra y tenemos pienso campero que es de taco y se sirve cómodamente  en el suelo. Alguna cabra se atreve a meter el morro y robar algo a los caballos. Hago tres montones y observo cómo la yegua gana terreno mordiendo en el culo de Misil.

   El momento de dejarlos en el prado y ver cómo se revuelcan los tres patas arriba a la vez  en la hierba para limpiarse el sudor debajo del Almanzor es mágico. Quizás es el momento donde alcanzas a valorar que este oficio merece la pena y que las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma, en palabras de Julio Cortázar.

   Más adelante os contaré que los caballos caminan con herraduras en los pies y manos. Y que existe otro oficio tan bello como el de guía, el de guarda o el de arriero: el oficio de herrador. Y que la vida está llena de personas que desempeñan muchos oficios extraordinarios y que somos  nosotros quienes los hacemos extraordinarios por disfrutarlos con pasión.

Se acerca el final de nuestro camino… 
 Misil, Luna y Federica

(Jorge M. Valle García. Laguna Grande de Gredos. Agosto 2013.)


2 comentarios:

  1. Muy interesante la entrada. Me han entrado muchas ganas de subir a Gredos.....De este año no pasa...

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    1. Gracias Chema, el ¨niño¨me ha salido también poeta, aunque me da que suena a despedida de etapa. Ya sabes que cuando quieras.

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