Es cierto que son muchas las universidades españolas que han promovido un plan de prejubilaciones, fundamentalmente para evitar una avalancha de jubilaciones en los próximos diez o quince años y la consiguiente pérdida de capital humano. Pero unas afirman que el objetivo de las prejubilaciones no es económico y como prueba de ello todos los prejubilados pueden pasar a eméritos manteniendo parte de su docencia y su actividad investigadora, pues también necesitan su experiencia; otras programan su plan de rejuvenecer el profesorado en vistas a poder contratar jóvenes talentos que mitiguen la pérdida de conocimiento que la marcha de los profesores veteranos supone; otras, en fin, advierten del peligro de que se jubilen buenos profesores y no haya candidatos preparados para cubrir el hueco que dejan; ninguna, excepto la Uex, ha manifestado tan a las claras que considera a los veteranos más una rémora que un bagaje. Hay un relato de Chesterton titulado "La forma errónea" en el que lo que parece ser un suicidio por una nota dejada por el fallecido, gracias a la perspicacia del candoroso Padre Brown al observar dicha nota de suicidio, se revela finalmente como un asesinato. Esta forma de actuar de nuestros dirigentes no es sólo una 'forma errónea', sino también una forma estúpida, pues aquí, al contrario que en el relato de Chesterton, lo que parece ser un asesinato no es sino un suicidio, porque al desacreditar a los trabajadores que han dedicado su vida profesional a la institución que ellos dirigen no hacen sino desacreditar a esa misma institución. Los profesores que se han prejubilado no lo han hecho porque no se sientan capaces de adaptarse al muy manido nuevo sistemas educativo, ni porque no estén dispuestos a hacer el esfuerzo que ello supone, y esto es así por razones muy claras: porque el nuevo sistema educativo, aunque se llevara a la práctica como mandan los cánones, no supone ninguna novedad para ellos; porque ese nuevo sistema se está implantando sólo de una forma chapucera en la que, por ejemplo, esas clases con un número reducido de alumnos para permitir una atención más personalizada por parte del profesorado han quedado en agua de borrajas (una forma correcta haría necesario el aumento de recursos humanos y materiales); y porque su experiencia no es una rémora, sino un bagaje que les permite adaptarse con más facilidad a nuevos métodos si ello es preciso.
Sería muy interesante realizar un estudio para determinar, por una parte, si no son motivos puramente económicos los que han dado lugar a este plan de prejubilaciones; y por otra, cuáles han sido los motivos reales para que ciertos profesores hayan optado por la prejubilación. Para lo primero, habría que tener en cuenta, por ejemplo, cómo se están cubriendo las plazas que han dejado vacantes los profesores prejubilados, en el caso de que se estén cubriendo; qué planes hay para que esa experiencia (ese conocimiento 'acumulado', utilizando el término del Rector, aunque debemos ser conscientes de que el conocimiento no se acumula ni amontona como si de sacos o ladrillos se tratase, sino que se adquiere, es decir, se gana o consigue con el propio esfuerzo) no se pierda; cómo estos motivos económicos se hacen compatibles con medidas como la tomada hace un par de años mediante la cual se otorgó a los vicerrectores el derecho a consolidar el complemento de cargo en su sueldo tras dos años de desempeño del mismo (esto, ahora sí, es una rémora, un pez que se pega al casco de la universidad, un lastre que le impide navegar más rápido); o qué significa exactamente prejubilarse 'a lo grande', qué es exactamente 'el sueldo', o si ese 'a lo grande' hace referencia al vicerrector de turno. En cuanto a los motivos para prejubilarse, pueden ser muchos: el deseo de un merecido descanso, el interés por realizar actividades relegadas por una larga dedicación al trabajo, las ganas de volver al lugar de origen, pueden ser algunos de ellos, todos respetables, y lo que se debe hacer con quienes toman tales decisiones es agradecerles públicamente su dedicación a lo largo de una vida. También, admitimos, el advenimiento de nuevos tiempos puede haber jugado su papel en algunos casos, pero de forma muy distinta a esa que nos quieren hacer ver. Quizás la mejor forma de exponerlo sea resumir un texto de Dostoievski, que pedimos se entienda como una mera parábola pues no está en nuestro ánimo ofender a nadie. Érase una vez un cerdo que discutió con un león y lo desafió a duelo. Una vez en casa, recapacitó y le entró miedo, examinó el asunto con la piara y le aconsejaron que se revolcara en una charca antes de presentarse al duelo. Cuando el león llegó, percibiendo la peste que despedía y viéndolo lleno de fango, frunció el ceño y se marchó. Mucho tiempo después el cerdo se seguía jactando de que el león se había acobardado y había abandonado el campo de batalla.
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