La abdicación es la guinda perfecta para este pastelazo que nos hemos
tenido que tragar cucharada a cucharada durante casi treinta y nueve
años, los mismos que duró su mentor y antecesor en el cargo. Pero ya se
ha dicho tantas veces que no importa repetirlo otra: el esclavo no
quiere ser libre, quiere ser amo. Los siervos, más que amar a su rey,
más que odiarlo, lo envidian. Manuel Prado, Armada, Mario Conde,
Urdangarín: la comedia monárquica es como un ogro que va devorando a sus
hijos, alimentándose de sus propios errores. No importa cuántos
escándalos, cuántos tropiezos, cuántas mentiras o ausencias jalonen su
reinado. La zarzuela sigue adelante y nadie puede detenerla. ¿O es que
alguien va a salir de entre el coro de aduladores y súbditos para dar la
voz de alarma y decir que el traje de superhéroe que hemos adorado
durante décadas no existe ni existió nunca? ¿Qué niño insensato se
atreverá a decir en voz alta que el rey está en pelotas? Felipe, yo no soy tu siervo y tú no vas a ser (mi) rey.
No se puede decir más claro.
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